lunes, 3 de octubre de 2016

¿Qué reacción es la “mejor” en lo cotidiano?


Dar o no dar una limosna


Significado del término “limosna”

 “En el idioma español la palabra viene del griego eleemosyne, la cual, a su vez, proviene de  “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia;  inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas: en francés: “aumone”; en español: “limosna”; en portugués: “esmola”; en alemán: “Almosen”; en inglés: “Alms”.


Hoy en día la palabra “limosna” no suele ser agradable a nuestros oídos ya que solemos asociarla con humillación. La misma palabra “limosna” nos hace suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiando con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres.
El hebreo no tiene término especial para designar la “limosna” sino otro que es “sadaqah”, que significa “justicia” referida a las relaciones entre los hombres en la vida social.
Se debe distinguir el significado objetivo del término “limosna” del significado negativo que le damos en nuestra conciencia social.

Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la “limosna” en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como “el hacer participar a los otros de los propios bienes”, no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.

Es necesario, pues, liberarse de la influencia de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias, con frecuencia, impropias que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de bienes).”
Papa Juan Pablo II


Apreciad@ visitante

Se dice que el trabajo productivo indica aquellas actividades humanas que producen bienes o servicios y que tienen un valor de cambio, por lo tanto que generan ingresos tanto bajo la forma de salario o bien mediante actividades agrícolas, comerciales y de servicios desarrolladas por cuenta propia.

Si bien muchas personas  realizan algún trabajo remunerado bajo relación de dependencia o por cuenta propia generando sus propios ingresos, existe otra realidad en muchas ciudades a lo largo y ancho de muchos países en donde un número importante de ciudadanos no realizan un trabajo productivo. Dentro de éstos están los limosneros que encontramos a la entrada de algunas  iglesias, o supermercados, o sentados en la acera de una calle cualquiera de alguna ciudad grande o pequeña, próspera o no tanto. Otros-as son los que de puerta en puerta van pidiendo algo de dinero para comer, o ropa usada, o un plato de comida. Algunos-as, tal vez muchos-as de ellos-as, fingen alguna discapacidad para generar lástima y así obtener su propósito.  También hay padres que explotan a sus hijos-as, como aquellos que los-as alquilan para hacer de pedigüeños-as.


Permíteme compartir contigo tres experiencias que tuve con respecto a dar o no dar una limosna, mi dilema sobre el particular  y cómo encontré las respuestas a esta cuestión.

Una de ellas tiene como protagonista a un señor mayor el cual, estando nosotros comiendo, llamó a nuestra puerta pidiéndonos “algo para comer”. Mi madre, que siempre guardaba un plato de comida por si algún mendicante llamaba a nuestra puerta, se lo ofreció. Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que esta persona se dirigió al árbol que había frente a casa y, sin más, tiró allí el plato de comida. Cuando comentamos esta situación con el resto de la familia, mi padre mantenía su postura: “Haz el bien sin mirar a quien” y casi todos, yo incluido, opinábamos  que no debíamos volver a ser tan solidarios. Pero cuando vi los ojos de mi madre, la cual guardaba silencio, supe que ella no cambiaría su modo de ser y sentir.

Otra de mis experiencias fue cuando di una limosna a un discapacitado (le faltaba una pierna)  en una calle de mi ciudad. Quiso la vida que volviera a pasar por el mismo lugar unas horas más tarde y para mi sorpresa vi cómo esta persona se ponía en pie y lentamente se alejaba.

Por último, una señora llamó a nuestra puerta y al atenderla me preguntó si teníamos ropa para tirar y si se la podíamos dar”. Sabiendo que mi madre siempre guardaba aquellas indumentarias (lavadas, planchadas y en buen estado) que ya no usábamos se lo hice saber. Como ya puedes intuir, ella llenó dos bolsas medianas y se las dio. Para sorpresa de ambos dicha mujer, cuyo nombre ya no recuerdo, puso como  condición hacerle a mi madre alguna tarea doméstica a cambio de lo ofrecido.

Grande fue mi sorpresa, y por qué no decírtelo mi desconcierto, cuando vi que mi madre, sin  pensárselo y sin dudarlo,  le entregó un cubo con agua y friegasuelos y ¡le pidió que le limpiara las escaleras que llevaban a la puerta de entrada de nuestra casa!

Cuando le pregunté dónde quedaba aquello que ella tanto pregonaba de “haz el bien sin pedir nada  cambio”, obtuve por respuesta: “Todo depende de las circunstancias”. Y a continuación añadió: “En esta situación no debes olvidar que cuando das algo por caridad, el respeto hacia la otra persona es fundamental. Cuando das algo a otra persona lo debes hacer de tal manera que no se sienta inferior a ti”. Así era mi madre. Así entendía ella la caridad.

Por más que este tema lo hablara con mis padres, por más que ellos argumentaran sus razones, simples y directas: “Haz el bien sin mirar a quién” o “Cuando des algo no esperes nada a cambio”, yo seguía con mis inquietudes. Entendía que hay personas que por determinadas circunstancias de sus vidas necesitan ayuda de manera urgente. Pero, basado en mis experiencias,  ¿cómo saber cuándo es así y cuándo es falso? ¿Debía  dar una limosna a todos “por si las dudas”? No darla ¿sería llegar al extremo de “meter a todos en el mismo saco”?

En el periódico local muchas eran las noticias y artículos que informaban que los que pedían limosna para darle de comer a sus hijos terminaban comprando vino; que otros-as, entregaban parte del dinero a aquel que los ubicaban en  distintos lugares de la ciudad. También que los niños-as finalmente quedaban hambrientos-as porque otros-as, sin escrúpulos, le sacaban el dinero obtenido por mendigar.
Ante este panorama, me preguntaba ¿qué criterio debía aplicar para distinguir, si ello me  era posible, para quién la limosna era una cuestión de real necesidad y para quién era simplemente un negocio?

Dar o no dar una limosna

Y  la vida me regaló tres lecciones  que vinieron en mi ayuda.

Una de ellas. Estando yo en el bar de la Facultad de Odontología, quien fue nuestra Profesora Titular (o Catedrática) de Odontología Legal y Forense, me invitó a compartir su mesa. Y sucedió que se acercó  un niño pidiéndole unas monedas para comprar comida a lo cual ella se negó pero a cambio le preguntó qué quería comer y beber y, atendiendo al pedido del niño, le pidió a la camarera que se lo sirviera. Nunca olvidaré la mirada de aquel pequeño, como tampoco el gusto con que se alimentaba. Cuando éste se hubo retirado, mi querida exprofesora y también amiga, me dijo: “A los niños que me piden dinero para comer yo no se lo doy porque sé que terminará en otras manos y  ellos con hambre. Yo comparto mi mesa con ellos  y les pago lo que deseen consumir. Así me aseguro que, al menos por ese día, se alimentaron”.

La otra fue estando yo de compras en la “Librerías Paulinas”. Hablando con una de las monjas que trabajaba allí, le pregunté cuál era su posición frente a la limosna, ya que yo tenía muchas dudas sobre si darla o no, teniendo en cuenta aquello del  verdadero uso del dinero que daba. Su respuesta fue muy clara: “Yo también tuve la misma duda y la resolví de la siguiente manera: cuando doy una limosna en forma de dinero allí termina el ejercicio de mi caridad. Lo que haga la otra persona con ese dinero es responsabilidad suya. Doy el dinero y sigo mi camino”.

Finalmente la tercera lección fue  leyendo uno de los libros de metafísica de Conny Méndez sobre la bendición.

¿“Te bendigo” o  “Bendigo tu prosperidad”?

Bendecir hace que nos sintonicemos con lo positivo de cada situación, sin importar cuán oculto puede estar lo positivo.
Pero bendecir también es aumentar, engrandecer más de lo mismo. Si das dinero a una persona mendicante bendice su prosperidad porque tú no sabes cuán oculta puede estar. Recuerda que si  solamente le dices “Te bendigo”  engrandeces tanto lo positivo como lo negativo de la situación de esa persona y lo negativo, en este caso, es su apariencia de pobreza” y al bendecirla de esta forma  la dejas, por desconocimiento, aún más anclada a su escasez.


Como seres humanos que son, y sea cual sea la modalidad que usen para pedir,  está claro que en lo más profundo de su humanidad lo que buscan es la aceptación, como nos pasa a ti, a mí y a todos-as.

Cada quien en algún momento de su vida ha experimentado el dolor que produce el ser rechazado-a  y posiblemente tú eres uno-a de ellos-as. Ten presente, pues, que ese mismo   dolor lo provocas toda vez que  los-as  rechazas cuando haces la vista “gorda” mirando  hacia otro lado, o lo que es más denigrante aún, no tanto para ellos sino más para ti, cuando le das unas monedas sin mirarlos-as  y con el sentimiento de sacártelos-as de encima. Si esta es tu actitud y tu  sentir  es mejor no darles nada. Porque en nada les beneficia y, por el contrario, a ti  te endurece el corazón.

Sabemos que hay distintas formas de dar “limosna” como colaborar con distintas instituciones, por ejemplo: la Cruz Roja, Caritas, bancos de alimentos, comedores sociales  o con algunas de las varias O N G que existen.

Guiar a un ciego, consolar a un afligido, dar un consejo al que lo necesite, ropa al desnudo, calzado, un plato de comida al hambriento, bebida al sediento, visitar a los internos en una cárcel o ayudar en un hospital a los enfermos que lo necesiten, también es otra forma de dar una limosna entendiendo por esta el ofrecer tu ayuda a los que sufren cualquier forma de necesidad.

Asumir este compromiso, no solo con ellos sino contigo mismo-a es una elección personal que dependerá entre otros factores de tu religiosidad y/o espiritualidad, tus sentimientos de  caridad y solidaridad  y tus posibilidades tanto económica como de tiempo.





Te deseo una Larga Vida y Sabiduría para Vivirla. Que tu Sol brille Siempre.
Jesús de los Ángeles Rodríguez Martínez
Fuentes
Imágenes tomadas de la web





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