Dar o no dar una limosna
Significado del término “limosna”
“En el idioma español la palabra viene del
griego eleemosyne, la cual, a su vez, proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente
indicaba la actitud del hombre misericordioso
y, luego, todas las obras de caridad
hacia los necesitados. Esta palabra
transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas: en francés: “aumone”; en español: “limosna”; en portugués: “esmola”; en alemán: “Almosen”; en inglés:
“Alms”.
Hoy
en día la palabra “limosna” no suele
ser agradable a nuestros oídos ya que solemos asociarla con humillación. La misma palabra “limosna” nos hace suponer un sistema social en el que reina la injusticia,
la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiando con
reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el
horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el
ámbito de las relaciones entre los hombres.
El
hebreo no tiene término especial para designar la “limosna” sino otro que es “sadaqah”, que significa “justicia”
referida a las relaciones entre los hombres en la vida social.
Se
debe distinguir el significado objetivo
del término “limosna” del significado
negativo que le damos en nuestra
conciencia social.
Son
diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen
incluso hoy. En cambio, la “limosna”
en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como “el hacer
participar a los otros de los propios bienes”, no suscita en absoluto
semejante asociación negativa. Podemos
no estar de acuerdo con el que hace la limosna por
el modo en que la hace. Podemos
también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse
la vida por sí. Podemos no aprobar la
sociedad, el sistema social, en que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe
suscitar respeto.
Es
necesario, pues, liberarse de la
influencia de las varias
circunstancias accidentales para
entender las expresiones verbales: circunstancias, con frecuencia, impropias
que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a
veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, la aspiración a una sociedad justa
en la que no haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de bienes).”
Papa Juan Pablo II
Apreciad@ visitante
Se dice que el trabajo
productivo indica aquellas actividades humanas que producen
bienes o servicios y que tienen un valor de cambio, por lo tanto que generan
ingresos tanto bajo la forma de salario o bien mediante actividades agrícolas,
comerciales y de servicios desarrolladas por cuenta propia.
Si bien muchas personas realizan algún trabajo remunerado bajo
relación de dependencia o por cuenta propia generando sus propios ingresos,
existe otra realidad en muchas ciudades a lo largo y ancho de muchos países en
donde un número importante de ciudadanos no realizan un trabajo productivo. Dentro
de éstos están los limosneros que encontramos a la entrada de algunas iglesias, o supermercados, o sentados
en la acera de una calle cualquiera de alguna ciudad grande o pequeña, próspera
o no tanto. Otros-as son los que de
puerta en puerta van pidiendo algo
de dinero
para comer, o ropa usada, o un plato de comida. Algunos-as,
tal vez muchos-as de ellos-as, fingen
alguna discapacidad para generar lástima y así obtener su propósito. También hay padres que explotan a sus hijos-as,
como aquellos que los-as alquilan para hacer de pedigüeños-as.
Permíteme compartir contigo tres
experiencias que tuve con respecto a dar o no dar una limosna, mi dilema sobre
el particular y cómo encontré las
respuestas a esta cuestión.
Una de ellas tiene como protagonista a un señor mayor el cual,
estando nosotros comiendo, llamó a nuestra puerta pidiéndonos “algo para comer”.
Mi madre, que siempre guardaba un plato de comida por si algún
mendicante llamaba a nuestra puerta, se lo ofreció. Grande fue nuestra sorpresa
cuando vimos que esta persona se dirigió al árbol que había frente a casa y,
sin más, tiró allí el plato de comida. Cuando comentamos esta situación con el
resto de la familia, mi padre
mantenía su postura: “Haz el bien sin mirar a quien” y casi
todos, yo incluido, opinábamos que no debíamos volver a ser tan solidarios. Pero cuando vi los ojos de mi madre, la
cual guardaba silencio, supe que ella no cambiaría
su modo de ser y sentir.
Otra de mis experiencias fue cuando di una limosna a un discapacitado (le faltaba una
pierna) en una calle de mi ciudad. Quiso
la vida que volviera a pasar por el mismo lugar unas horas más tarde y para mi
sorpresa vi cómo esta persona se ponía
en pie y lentamente se alejaba.
Por último, una señora llamó a nuestra puerta y al atenderla me
preguntó si teníamos “ropa
para tirar y si se la podíamos dar”. Sabiendo que mi madre siempre
guardaba aquellas indumentarias (lavadas, planchadas y en buen estado) que ya
no usábamos se lo hice saber. Como ya puedes intuir, ella llenó dos bolsas
medianas y se las dio. Para sorpresa de ambos dicha mujer, cuyo nombre ya no
recuerdo, puso como condición hacerle a mi madre alguna tarea
doméstica a cambio de lo ofrecido.
Grande fue mi sorpresa, y por
qué no decírtelo mi desconcierto, cuando vi que mi madre, sin pensárselo y sin dudarlo, le
entregó un cubo con agua y friegasuelos
y ¡le pidió que le limpiara las escaleras que llevaban a la puerta de entrada
de nuestra casa!
Cuando le pregunté dónde
quedaba aquello que ella tanto pregonaba de “haz el bien sin pedir nada cambio”, obtuve por respuesta: “Todo depende de las circunstancias”. Y a
continuación añadió: “En esta situación no debes olvidar que
cuando das algo por caridad,
el respeto hacia la otra persona es fundamental. Cuando das algo a otra persona lo
debes
hacer de tal manera que no se sienta inferior a ti”.
Así era mi madre. Así entendía ella la caridad.
Por más que este tema lo
hablara con mis padres, por más que ellos argumentaran sus razones, simples y
directas: “Haz el bien sin mirar a quién” o “Cuando des algo no esperes nada a cambio”, yo seguía con mis inquietudes. Entendía que hay personas
que por determinadas circunstancias de sus vidas necesitan ayuda de manera
urgente. Pero, basado en mis experiencias,
¿cómo
saber cuándo es así y cuándo es falso? ¿Debía
dar una limosna a todos “por si
las dudas”? No darla ¿sería llegar al extremo de “meter a todos en el mismo saco”?
En el periódico local muchas
eran las noticias y artículos que informaban que los que pedían limosna para
darle de comer a sus hijos terminaban comprando vino; que otros-as, entregaban
parte del dinero a aquel que los ubicaban en distintos lugares de la ciudad. También que
los niños-as finalmente quedaban hambrientos-as porque otros-as, sin
escrúpulos, le sacaban el dinero obtenido por mendigar.
Ante este panorama, me
preguntaba ¿qué criterio debía aplicar
para distinguir, si ello me era posible, para quién la limosna era una cuestión de real
necesidad y para quién era simplemente un negocio?
Dar o no dar una limosna
Y la vida
me regaló tres lecciones que vinieron en
mi ayuda.
Una de ellas. Estando yo en el bar de la Facultad de Odontología, quien
fue nuestra Profesora Titular (o Catedrática) de Odontología Legal y Forense,
me invitó a compartir su mesa. Y sucedió que se acercó un niño pidiéndole unas monedas para comprar comida a lo cual ella se negó pero a cambio le preguntó qué quería comer
y beber y, atendiendo al pedido del
niño, le pidió a la camarera que se lo sirviera. Nunca olvidaré la mirada
de aquel pequeño, como tampoco el gusto con que se alimentaba. Cuando éste se
hubo retirado, mi querida exprofesora y también amiga, me dijo: “A los
niños que me piden dinero para comer yo no se lo doy porque sé que terminará en
otras manos y ellos con hambre. Yo
comparto mi mesa con ellos y les pago lo
que deseen consumir. Así me aseguro que, al menos por ese día, se alimentaron”.
La otra fue estando yo de compras en la “Librerías Paulinas”.
Hablando con una de las monjas que trabajaba allí, le pregunté cuál era su
posición frente a la limosna, ya que yo tenía muchas dudas sobre si darla o no,
teniendo en cuenta aquello del verdadero uso del dinero
que daba. Su respuesta fue muy
clara: “Yo también tuve la misma duda y la resolví de la siguiente manera:
cuando
doy una limosna en forma de dinero allí termina el ejercicio de mi caridad. Lo
que haga la otra persona con ese dinero es responsabilidad suya. Doy el dinero
y sigo mi camino”.
Finalmente la tercera lección fue leyendo uno de
los libros de metafísica de Conny Méndez
sobre la bendición.
¿“Te bendigo” o “Bendigo tu prosperidad”?
Bendecir hace que nos sintonicemos con lo positivo de cada situación, sin importar cuán oculto
puede estar lo positivo.
Pero bendecir también es aumentar, engrandecer más de lo mismo. Si das dinero a una persona
mendicante bendice
su prosperidad porque tú no sabes cuán oculta puede estar. Recuerda
que si solamente le dices “Te
bendigo” engrandeces tanto
lo positivo como
lo negativo de la situación de esa persona y lo negativo, en este caso, es su “apariencia de pobreza” y al bendecirla
de esta forma la dejas, por desconocimiento, aún más anclada a su escasez.
Como seres humanos que son, y
sea cual sea la modalidad que usen para pedir,
está claro que en lo más profundo de su humanidad lo que buscan es la aceptación,
como nos pasa a ti, a mí y a todos-as.
Cada quien en algún momento
de su vida ha experimentado el dolor
que produce el ser rechazado-a y
posiblemente tú eres uno-a de ellos-as. Ten presente, pues, que ese mismo dolor lo provocas
toda vez que los-as rechazas cuando haces la vista “gorda” mirando hacia otro lado, o lo que es más denigrante aún, no tanto para ellos
sino más para ti, cuando le das unas
monedas sin mirarlos-as
y con el sentimiento
de sacártelos-as de encima. Si esta es tu
actitud y tu sentir es mejor no darles
nada. Porque en nada les beneficia y, por el contrario, a ti te endurece el corazón.
Sabemos que hay distintas formas de dar “limosna” como colaborar con distintas instituciones, por ejemplo: la Cruz Roja,
Caritas, bancos de alimentos, comedores sociales o con algunas de las varias O N G que existen.
Guiar a un ciego, consolar a un afligido, dar
un consejo
al que lo necesite, ropa al desnudo,
calzado, un plato de comida al hambriento, bebida
al sediento, visitar
a los internos en una cárcel o ayudar
en un hospital a los enfermos que lo necesiten, también es otra forma de dar una
limosna entendiendo por esta el ofrecer tu ayuda a los que sufren cualquier forma de necesidad.
Asumir este compromiso, no solo con
ellos sino contigo mismo-a es una elección personal que dependerá entre
otros factores de tu religiosidad y/o espiritualidad, tus sentimientos de caridad y solidaridad y tus posibilidades tanto económica como de
tiempo.
Te deseo una
Larga Vida y Sabiduría para Vivirla. Que tu Sol brille Siempre.
Jesús de los Ángeles Rodríguez Martínez
Fuentes
Imágenes tomadas de la web
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