miércoles, 27 de abril de 2016

¿Quién sabe?




Apreciad@ visitante
¿Cuántas veces, en tu vida cotidiana y ante determinados hechos satisfactorios o insatisfactorios, de una u otra forma te has escuchado decir frases tales como: “Siempre la suerte ha estado de su lado”, “Tengo muy mala suerte, a mí no me pasan esas cosas”? Me parece que en estas frases y otras similares, para ti la suerte es sinónimo de fortuna, pero te pregunto ¿de verdad la suerte es tan protagonista de tus  dichas y desdichas?







Se dice que la suerte es “una serie de hechos o situaciones, afortunados o desafortunados, que se dan debido a la casualidad, al azar o a causas que nosotros desconocemos y que están fuera de nuestro control”. Como te darás cuenta, esta es una definición y como tal está en un diccionario. Pero para ti, qué es la suerte. No te pregunto cómo define  tal o cual diccionario a la suerte, sino, y te reitero para ti, ¿qué es la suerte? 

Piensa por un momento que un problema y eso de “tener mala suerte” puede ser una gran oportunidad, que te regala la vida, para hacer una revisión profunda sobre tu actitud frente a tu o tus “situaciones desafortunadas”. Tal vez en esa reflexión sincera encuentres en ti algo de pesimista, de culposo, de fabricador de excusas. Es posible que puedas verte como un impulsivo, actuando sin analizar las consecuencias o ser exageradamente autocritico por temor a equivocarte.

Por otra parte, eso de “tener buena suerte” puede estar representando un problema potencial o una verdadera pesadilla. ¿Lo habías pensado así?

Permíteme decirte que comparto plenamente lo que expresa en su post Marcela García en planetaquantum.com en cuanto a que la suerte sí existe desde el  punto de vista  que se sincronizan eventos y personas para que se dé un resultado. Teniendo en cuenta esto la cuestión está en que  definas el resultado esperado para que ocurra dicha sincronización y de esta manera influir fuertemente en la creación de tu realidad.

Por todo esto para ella son esenciales los siguientes principios:
1.- Tener claramente definido qué es lo que quieres lograr y no perder el enfoque, el cual es la clave de la buena suerte.
2.- Al mismo tiempo no aferrarte al cómo sucederá porque existe un número infinito de posibilidades.
3.- Elegir cuidadosamente tus acciones y, sobre todo, estar siempre alerta y dispuest@ a la acción.
4.- Considerar a todo y a todos en este mundo como tus semejantes, incluso como una parte de ti mism@, porque no se sabe la influencia que las personas, lugares, cosas o eventos van a tener en tu vida, por insignificantes que sean o te parezcan. 

En lo personal creo que la suerte no existe pero sí creo en el “golpe de suerte”. Si mal no recuerdo el destino de la bomba atómica no era Hiroshima sino otro lugar llamado Kakuro; pero ese día el viento y las nubes determinaron que los aviones pasaran de largo en este otro punto. El mal tiempo determinó una mala suerte para los habitantes de Kakuro, pero gracias a ese “golpe de suerte”, se evitaron miles de muertos en el mismo lugar.

Los dos polos de un mismo adjetivo: bueno-malo

Nuevamente llamo tu atención para preguntarte qué es para ti “bueno” y qué es “malo”; no la definición de esto dos adjetivos sino lo que es para ti.

Expertos en la materia tales como lingüistas, sociólogos, filósofos y psicólogos, ministros consagrados de las distintas religiones  (y posiblemente algunos más) tienen algo que decir sobre lo “bueno” y lo “malo”  y no les resto valor. A todos ellos mi reconocimiento y respeto por su saber.

Pero es que la vida, para mí, no es un libro, no es un laboratorio, sino un conjunto de circunstancias que debemos aprovechar y tener siempre presente que se trata de una fuente de aprendizaje. ¿Aprender qué? Entre otras cosas a pensar positivamente; a actuar y no quedarnos sólo en el deseo,  los sueños o las metas; a reconocer, aprender y a hacernos responsables de  nuestros errores.

Permíteme compartir contigo una fábula y con ella te invito a reflexionar sobre el tema que hoy nos ocupa.

“Una historia china habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada.

Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir.

Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.

 La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.


Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no lo entendieron…

Pero sucedió que al día siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…

Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de  casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.

Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huido al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo  que los vecinos ya no supieron qué responder.

Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.

Y recuerda lo siguiente:



Te deseo una larga Vida y Sabiduría para vivirla. Que tu Sol brille siempre.

                                                            Jesús de los Ángeles Rodríguez Martínez 

Fuentes
Imágenes tomadas de la Web


No hay comentarios:

Publicar un comentario