Apreciad@ visitante
¿Cuántas veces, en tu vida
cotidiana y ante determinados hechos satisfactorios o insatisfactorios, de una
u otra forma te has escuchado decir frases tales como: “Siempre la suerte ha
estado de su lado”, “Tengo muy mala suerte, a mí no me pasan esas cosas”? Me
parece que en estas frases y otras similares, para ti la suerte es sinónimo de
fortuna, pero te pregunto ¿de verdad la suerte es tan protagonista de tus dichas y desdichas?
Se dice que la suerte
es “una serie de hechos o situaciones,
afortunados o desafortunados, que se dan debido a la casualidad, al azar o a
causas que nosotros desconocemos y
que están fuera de nuestro control”. Como te darás cuenta, esta es una
definición y como tal está en un diccionario. Pero para ti, qué es la suerte.
No te pregunto cómo define tal o cual
diccionario a la suerte, sino, y te reitero para ti, ¿qué es la suerte?
Piensa por un momento que un
problema y eso de “tener mala suerte” puede ser una gran
oportunidad, que te regala la vida, para hacer una revisión profunda sobre tu actitud frente a tu
o tus
“situaciones desafortunadas”. Tal vez en esa reflexión
sincera encuentres en ti algo de pesimista, de culposo, de fabricador de
excusas. Es posible que puedas verte como un impulsivo, actuando sin analizar
las consecuencias o ser exageradamente autocritico por temor a equivocarte.
Por otra parte, eso de “tener buena
suerte” puede estar representando un problema potencial o una
verdadera pesadilla. ¿Lo habías pensado así?
Permíteme decirte que
comparto plenamente lo que expresa en su post Marcela García en planetaquantum.com en cuanto a que la suerte sí
existe desde el punto de vista que se sincronizan eventos y personas para que se dé un
resultado. Teniendo en cuenta esto la cuestión está en que definas el resultado esperado para que ocurra
dicha sincronización y de esta manera influir fuertemente en la creación de tu realidad.
Por todo esto para ella son
esenciales los siguientes principios:
1.- Tener claramente definido qué es lo que quieres lograr y no perder el
enfoque, el cual es la clave de la buena suerte.
2.- Al mismo tiempo no aferrarte al cómo sucederá porque existe un número
infinito de posibilidades.
3.- Elegir cuidadosamente tus acciones y, sobre todo, estar siempre alerta
y dispuest@ a la acción.
4.- Considerar a todo y a todos
en este mundo como tus semejantes, incluso como una parte de ti mism@, porque
no se sabe la influencia que las personas, lugares, cosas o eventos van a tener
en tu vida, por insignificantes que sean o te parezcan.
En lo personal creo que la
suerte no existe pero sí creo en el “golpe de
suerte”. Si mal no recuerdo el destino
de la bomba atómica no era Hiroshima sino otro lugar llamado Kakuro; pero ese
día el viento y las nubes determinaron que los aviones pasaran de largo en este
otro punto. El mal tiempo determinó una mala suerte para los habitantes de
Kakuro, pero gracias a ese “golpe de
suerte”, se evitaron miles de muertos en el mismo lugar.
Los dos polos de un mismo adjetivo:
bueno-malo
Nuevamente llamo tu atención
para preguntarte qué es para ti “bueno”
y qué es “malo”;
no la definición de esto dos adjetivos sino lo que es para ti.
Expertos en la materia tales
como lingüistas, sociólogos, filósofos y psicólogos, ministros consagrados de
las distintas religiones (y posiblemente
algunos más) tienen algo que decir sobre lo “bueno” y lo “malo” y no les resto valor. A todos ellos mi
reconocimiento y respeto por su saber.
Pero es que la vida, para mí, no es un libro, no es un laboratorio,
sino un conjunto de circunstancias
que debemos aprovechar y tener siempre presente que se trata de una fuente de aprendizaje. ¿Aprender qué?
Entre otras cosas a pensar
positivamente; a actuar y no
quedarnos sólo en el deseo, los sueños o
las metas; a reconocer, aprender y a hacernos responsables
de nuestros errores.
Permíteme compartir contigo
una fábula y con ella te invito a reflexionar sobre el tema que hoy nos ocupa.
“Una historia china habla de
un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy
necesitada.
Un cálido día de verano, un
precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las
montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y
escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los
arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las
que sobrevivir.
Quiso el destino que el
animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida
y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del
caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado
en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir
su salida.
Cuando los vecinos del
anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la
vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala
suerte? ¡Quién sabe!”. Y
no lo entendieron…
Pero sucedió que al día
siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar
la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano
labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les
replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena
suerte?
¡Quién sabe!”. Y volvieron a no
entender…
Una semana después, el joven
y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa
y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y
agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos
los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes
había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos
no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera
más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su
familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria
buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no
estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más
de cuarenta caballos en el establo de
casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el
hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos
salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huido al día siguiente, y
llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua
ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no
había riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando
el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo
que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura
de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el
mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien
se limitó a decir: “¿Mala suerte?
¿Buena
suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Unas semanas más tarde, el
ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se
encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en
tan mal estado, le dejaron tranquilo y siguieron su camino. Los vecinos que
quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo
día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles
la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia
una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus
amigos. A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala
suerte? ¡Quién sabe!”.
Y recuerda lo siguiente:
Te deseo una larga Vida y Sabiduría para
vivirla. Que tu Sol brille siempre.
Jesús de los Ángeles Rodríguez Martínez
Fuentes
Imágenes tomadas de la
Web
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